Pero no hay dudas que efectivamente la irrupción del Peronismo marcó una impronta que trajo consigo avances sociales y aperturas al ejercicio de la dignidad de mucha gente hasta ese entonces cercenados por distintas formas de autoritarismo.
El transcurrir del tiempo ha contribuido a limar asperezas y acercar posiciones en otras épocas irreconciliables, con lo que de una u otra forma, hemos ganado todos.
El ”único heredero” nominado por el mismo General se ha encargado desde entonces de hacer y deshacer en su nombre o contra su nombre, según cada cual lo vea, con lo que no resulta imposible comprender que razones hay de sobra para que estemos donde y como estamos.
La discusión, ese deporte nacional que nos deleita y practicamos con fruición, debe dejarnos un rato libre como para pensar alternativas que nos alejen de ejercicios dialécticos que cada vez menos entienden y dedicarnos a imaginar caminos que nos saquen de un pantano cenagoso antes que el barro nos paralice sin remedio.
No es que se pretenda el absurdo del adueñamiento de la verdad y mucho menos el pensamiento único y su inevitable marcha hacia la beatificación o la totemización, variantes ambas de similares concepciones axiológicas.
El tema hoy es saber qué es la República Argentina, dónde comienza y dónde termina por el norte y el sur, por el este y el oeste.
Y no es que hayamos perdido el mapa o no lo conozcamos.
Sucede que una mirada de la realidad nos muestra que desde el actual Gobierno hay una tenebrosa tendencia a lucirse en los jardines más floridos y hacerse los distraídos ante los zanjones contaminados y malolientes.
Se trata de un intento de “revival” del mote de “la nueva Argentina”.
Hubo un caso de represión a una comunidad toba con el saldo de dos muertos en Formosa, a unos 190 km. Al norte de la Capital, pero como la cosa fue allá lejos el Gobierno pareció no enterarse.
Asesinaron a un joven en las vías del Roca en Avellaneda, pero como era un asunto de la “república sindical”, el Gobierno se mantuvo ajeno y la Presidenta recibió a la madre del muerto más de un mes y medio después del asesinato.
Ahora el clima bélico se instaló en Villa Soldati, donde murieron dos personas.
Al principio del desalojo del parque Indoamericano participaron en forma conjunta la policía Metropolitana y la Federal.
Rápidamente el Gobierno Nacional ordenó el retiro de los federales y dejó que sea Macri el blanco de quejas, reclamos y agravios.
Podrían sumarse a estos acontecimientos donde murieron argentinos matados por otros argentinos los episodios diarios de atropellos que se dan por cortes de rutas y calles, tomas de edificios y violencia descontrolada.
Cada día parece ser que la Republica Argentina, la de San Martín y Belgrano, la de Rosas y Sarmiento, la de Dorrego y Lavalle, la de Perón y Aramburu, la de Illia y Onganía, la de Alfonsín y Lúder, se reduce a los límites de la manzana de la Casa Rosada.
No hay peor gobierno que el gobierno ausente.
Porque el que está, equivocado o no, muestra un principio elemental de orden y autoridad que permite dibujar los perfiles de la realidad con libertad de trazo pero con una referencia concreta.
Si no se produce un cambio urgente que recupere la presencia de la autoridad que se había fortalecido durante la gestión del Presidente recientemente muerto, se corre el serio riesgo de la fragmentación y los enfrentamientos no siempre incruentos.
La más alta dirigencia del País debería tomarse un recreo en su frenesí ”candidaturesco” y mostrarse sentados alrededor de una misma mesa diciéndole a la gente que todos serán fieles custodios del cumplimiento de la ley y firmes censores de quienes no la cumplan.
Que no habrá más manos que se restriegan gozosas cuando al otro le va mal aunque ese irle mal signifique un atraso para todos.
Puede sonar utópico.
Es utópico, en verdad, mirado con la lente que hoy se emplea para especulaciones mezquinas.
Pero es esa, la pérdida de las utopías, la razón de ser de este estado de peligrosa tensión social.
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