La familia Simich cumplió 52 años en Gesell

Hablan las cuatro a la vez con un entusiasmo casi juvenil de aquellos buenos tiempos pasados, y sin embargo no dejan de agradecer a Gesell por este presente que las tiene con familias consolidadas, y ún árbol familiar autóctono.

Con tres hijas, cuatro nietos y siete bisnietos en la foja de su vida, Maruca recuerda aquella decisión primera, cuando dejó a su esposo en el campo y llegó a “La Villa” para hablar con Don Carlos. Las huellas de la vida no han logrado borrar la imagen que uno se hace de aquella esbelta mujer de 31 años que pidió un terreno “y que sea cerca de la escuela, porque tengo a las nenas..” argumentó aquella vez.

“Fui con una amiga, sino el viejo me iba a perder en los médanos”, recuerda con una luz pícara en su mirada. A bordo de aquel jeep arisco vió su primer terreno en aquel alejado desierto de arenas, y que hoy es avenida 8 entre 104 y 105. Lo compraron en cuotas y con descuentos “si terminabas la casita en poco tiempo”.

“Venirnos fue idea mía, a mi esposo no lo sacaba del campo..” argumenta Maruca, al aldo de su hija Olga que ahora vive en el Campo, en la explotación conocida como “La Champiñonera” donde el nieto Ady – el ingeniero – trabajar en sus producciones.

Maruca y su esposo Tomás Agustin Simich – un yuguslavo de todavía poco castellano – hicieron las valijas y se enfrentaron a la aventura de la nueva casa, construida con sus propias manos, en aquel año 1957.

“Eramos como los Ingalls, muy felices”, señala Mabel, antes de que Ana la interrumpa con anécdotas de las tareas de aquellso tiempos: “papá hacía de todo, sacar arena, limpiar las calles, de albañil…”. Anécdotas van y vienen como la de la Luz eléctrica, que solo duraba hasta las diez de la noche: “como nosotros veníamos del campo nos trajimos los dos Sol de Noche, asi que no era problema”, acota Maruca.

Las anécdotas de la vida de aquellos tiempos devuelven esa inmensidad de médanos blandos, como la que tuvo que superar aquella vez que en vez de diez compró veinte litros de kerosene, que arrastró hasta su casa “si me veía Molina Campos me dibujaba”, cuenta Maruca.
A ese recuerdo se le suma la ceremonia del acumulador, que consistía llevar todos los sábado a cargar en un carrito la enorme batería que alimentaba la radio, único medio de comunicación de aquel entonces.

Maruca desliza un apunte sobre el hoy: “a Gesell hay veces que ni lo conozco.. así igual a Gesell la amo, había mucho trabajo aquí”. Y luego acota “cuando me decidí, elegí Gesell, Pinamar me parecía muy nariz parada”, sonrie. Todas coinciden en que la ciudad ha vivido cambios para bien, y también cambios para mal, como la pérdida de la tranquilidad de antes.

Dejamos atrás las anécdotas de Olga – que se trajo del campo a “potro”, su caballo, las de Ana que trabajó muchos años en la administración de Don Carlos “empezamos de cadetes con Chispita (Martinez Salas)”, recuerda.

Las dejé allí, y ya de vuelta para casa, mientras pensaba como iba a salir esta nota, no pude dejar de pensar en el presente de Gesell, su crecimiento y su futuro. En la radio del auto sonaba Carlos Gardel “.. yo se que ahora vendrán caras extrañas..”. Mejor apagarlo.

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