domingo mejor interpreta nuestros gustos.
La medida es sana, porque luego del ajetreo a que hemos sido sometidos viene bien un poco de silencio para ordenar ideas y decidir comportamientos.
También es necesaria, porque las particulares características que han tomado estas elecciones de medio turno reclaman un recreo para ordenar y ordenarnos.
Es que contra todos los pronósticos, los distintos elencos que han pujado en procura de seducir a los votantes han terminado diciendo que en lugar de ser todos distintos, todos son iguales.
Suena contradictorio, por cuanto la lógica de cualquier competencia indicaría que cada uno debería marcar claramente cuál es su identidad y cuales sus virtudes para diferenciarse de los vicios y los colores del resto.
Prácticamente toda la campaña se movió en este sentido hasta que, en los últimos metros, una especie de “pactodemia” entró en escena con furor protagónico.
El neologismo, que une el ”pactum” del latín y el “demos” de los griegos, intenta definir esta serie de acusaciones cruzadas que mezcla a los unos con los otros, a los otros con los unos, a estos con aquellos y a aquellos con estos.
Es que ante la incertidumbre que ninguna encuesta se ha animado a destruir en razón de la paridad de fuerzas entre dos de los contendientes, todos no han encontrado mejor forma de imaginar una última maniobra que esta de anunciar que los tres competidores más importantes habrán de terminar juntándose de a dos el día antes o el día siguiente del comicio.
Las parejas varían según el denunciante con lo que al menos nos salvamos de los juegos de a tres con que habitualmente nos sorprende el mundillo de la farándula.
Pero resulta difícil de entender este entrecruzamiento que por boca de uno anticipa el casamiento de los otros dos. Como es hora de silencio no ha de pronunciarse aquí nombre propio alguno que pueda significar alterar el clima de paz que sabiamente establecen las normas para facilitar la decisión de cada uno.
Sí puede decirse que suenan ridículos algunos planteos especulativos de último momento que seguramente son manotazos de ahogados ante la irreversibilidad de datos que se palpan en el aire por más que alguno se quiera hacer el distraído.
Igualmente carece de sentido el intento de medir el resultado contando los votos.
Porque acá lo que se juega son puestos de legisladores, por lo que la unidad de medida son los diputados y senadores que cada uno obtenga.
Cualquier otro invento será apenas una maniobra engañosa, como si luego de un 4 a 0 en contra un Director Técnico del equipo goleado dijera que ganó él porque hizo 7 taquitos, 2 túneles y 3 rabonas.
Como se cuentan los goles en el fútbol se cuentan las bancas en las elecciones del domingo.
Lo cierto es que ya estamos cerca de la hora de ejercer nuestra soberanía.
No sería en otros lugares sino una instancia importante y nada más.
Pero en la Argentina, que vivió no hace tanto la angustia y el terror del cercenamiento de las libertades, el acontecimiento debe ser medido en su real magnitud.
Para ello, vale que los mayores recordemos y sepan los más chicos que, casualmente, un 28 de junio pero de 1966una dictadura tan abyecta como todas sacaba del Gobierno a Don Arturo Illia.
El recuerdo de este patriota inobjetable ha de servir para que cada uno sepa qué hacer el domingo.
Y que ellas, las urnas, digan lo Sullo con la contundencia silenciosa que grita la voluntad popular allí depositada.
El lunes todo será igual, pero nada será lo mismo.
Porque unos y otros, según lo que digan ellas, deberán escuchar con inteligencia el mensaje y actuar en consecuencia.
Nosotros, los de a pie, no somos de palo.
Por el contrario, y afortunadamente, somos los que marcaremos el rumbo, razón por demás fundamental para que digamos lo nuestro con la mayor responsabilidad y el mejor sentido.
Suerte para todos, pero con el agregado de que a la suerte hay que ayudarla.