El pingüino rengo

Así es que nos chocamos a cada momento con anuncios de terremotos y regalos de felicidad que se amontonan por doquier con la promiscuidad de una coneja en celo. Unos nos anuncian el drama del retorno a un pasado tenebroso del que ellos mismos, aunque ahora se hagan los distraídos, también fueron parte fervorosa.
Otros nos anticipan que el cambio de ruta nos llevará a la banquina primero y al precipicio inmediatamente después. Hasta parece que algunos están dispuestos, en su frenesí populista, a anunciar la construcción del puente primero y hacer el río luego.
Todos, en suma, se esfuerzan hasta la desesperación tratando de decir lo buenos que son y lo malo que son los otros.
Nada nuevo, y tampoco nada extraño, porque se trata de ganar apoyos que, por la lógica de la suma cero, el mejoramiento propio implica necesariamente el desmejoramiento ajeno ya que la torta a repartir no varía en su cantidad total de electores.
Hay, eso sí, una certeza irrefutable.
Sea el que sea el resultado final, la relación de fuerzas en el Congreso cambiará inexorablemente con lo que la Legislatura Nacional y la de la Provincia de Buenos Aires dejarán de ser escribanías que certifican lo que mandan los Ejecutivos votando a libros y ojos cerrados sus proyectos, para pasar a cumplir el papel que Montesquieu les asignó cuando en “El Espíritu de las Leyes” determinó que la división de poderes es un componente fundamental de la Democracia como sistema de Gobierno.
Esta es, sin dudas, la nota principal del acto del domingo 28.
Ganará, relativamente y sólo para la foto, el que tenga un voto más.
Pero más que eso, ganarán los que tengan un Diputado y un Senador más, porque el Ejecutivo ya no podrá hacer y deshacer a su antojo sino que deberá someterse al diálogo maduro y civilizado que deje atrás caprichos y prepotencias.
La semana que falta ocupará a los candidatos en el último esfuerzo y a los que todavía no saben que hacer en el cuarto oscuro a decidirse por el que mejor les parezca. El lunes 29 será la hora de los festejos y los lutos, los abrazos y las culpas.
El País comenzará ese día a vivir una experiencia inédita. Porque las modificaciones en la estructura de poder que surgirá del resultado de las elecciones recién habrá de operar el 10 de diciembre.
Desde el 29 de este mes hasta el 10 del último mes del año viviremos lo que los norteamericanos han llamado la teoría del “pato rengo”, (el famoso “lame duck” en su idioma).
Se trata del fenómeno que se produce cuando coexisten los nuevos elegidos que no han asumido con los que ostentan sus cargos que, por las circunstancias de tener designados sus reemplazantes, pierden o por lo menos debilitan su legitimidad, su autoridad y capacidad de decisión.
Nosotros, fieles a nuestro vicio por la ocurrencia tendremos, en lugar del “pato rengo” el “pingüino rengo”. Si existe la responsabilidad necesaria, nada hay que temer.

¿Existe ?.
Esa es la gran duda y posiblemente nadie pueda aventurar una respuesta contundente.
Es que el que hasta hoy es el dueño de la pelota se ha mostrado esquivo al acuerdo, a la reflexión y a la cordura.
Su temperamento ha vencido a su capacidad intelectual, sin que se sepa si la victoria ha sido por mucho de aquél o poco de ésta.
Lo cierto es que el segundo semestre del año abre un período de incertidumbre que deberá mantener alerta a todos los actores, para impedir que alguna imprudencia pueda producir daños evitables.
Será imprescindible que oficialismo y oposición lean con inteligencia el mensaje de las urnas.
Ellas dirán cuál es el camino elegido por la gente.
Por él deberá transitarse, para seguir la marcha que no será fácil, porque nada lo es.
Pero que será posible si cada uno hace lo suyo al servicio del interés del conjunto.

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